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La falibilidad mayoritaria y otras afirmaciones incómodas

El autor es abogado, especializado en Derecho Constitucional.

Argentina y el Mundo 06 de septiembre de 2023 Mario Bensimón Mario Bensimón
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El dato de que Javier Milei se convierta en el candidato más votado en las PASO del pasado 13 de agosto, rompiendo el histórico bipartidismo que dominó la democracia argentina desde su nacimiento, se convirtió en el objeto de estudio preferido para quienes intentamos encontrar causas y azares de los diversos procesos políticos e institucionales de nuestro país.

Milei, con su estilo único (por su particularidad, pero también por su soledad), parece haber cautivado la atención de los hastiados, los que se cansaron de las sucesivas frustraciones políticas que encontraron esta vez, en las posiciones disruptivas del candidato, el mensaje más claro acerca del nivel de su enojo.

Y al parecer, el enojo era mayúsculo. El nivel de calentura que se transmitió en las PASO fue mayor que cualquier previsión pre electoral.

En este sentido parece haber razones que justifiquen el nivel de bronca expuesto. Las dos coaliciones dominantes no estuvieron a la altura de las circunstancias en los últimos gobiernos y la comunidad no encontraba razones para seguir confiando en las propuestas ya conocidas.

Frente a ese contexto parecieron elegir una propuesta que caractericé, en una nota publicada en marzo, "Milei y ese botón rojo que explota todo" (https://suractual.com.ar/contenido/37186/milei-y-ese-boton-rojo-que-explota-todo) como la propuesta “del botón rojo que explota todo”. Sin conocer con certeza el norte propuesto (cada vez más titubeante a medida que el candidato adquiere más chances de resultar electo), la comunidad parece haber elegido que todo explote por los aires, porque cualquier cosa que pudiera aparecer no sería mucho peor que la realidad que vive cotidianamente.

Pero entendiendo a la bronca como justificada, cabe preguntarse si es oportuno tomar decisiones en ese estado. Y la pregunta deviene pertinente, toda vez que cada uno de nosotros sabe que cuando tomamos decisiones muy enojados corremos un gran riesgo de arrepentirnos a poco de andar. Nos pasa cuando decidimos romper una pareja en el medio de una discusión, o una relación laboral presionados por el contexto.

Y ocurre que la bronca, el enojo, como también el estado de necesidad, condiciona nuestra voluntad. Uno no es totalmente libre cuando las emociones superan un determinado límite, o cuando la necesidad nos enfrenta a decisiones que no hubiéramos tomado en otro estado (tomar créditos a tasas usurarias, por caso).

Y en el voto a Milei advertí desde hace tiempo un nivel de expectativa casi mágica, movilizada por la bronca y la necesidad. “Milei somos nosotros, y las ganas de que exista un botón que permita que todo cambie. Un botón que nos evite el mal trago que antecede a la cura.” escribí en la nota citada.

Sostener que la voluntad se encuentra condicionada (como se sostenía en los 90 con el denominado “voto cuota” para describir a quienes, comprometidos por sus créditos en el peso convertible, mantenían su acompañamiento al gobierno que garantizaba el sistema) no significa tratar de irracionales a quienes voten de determinada manera. Sólo intenta buscar explicaciones que resulten aplicables de manera colectiva para alcanzar alguna que otra certeza.

En este punto, muchas veces omitimos esbozar opiniones sobre determinada opción electoral por temor a ser vistos como censores de la libertad política. 

Pero la democracia no es una puesta en escena donde una vez cada tanto (cuatro años para el caso de la elección a Presidente de la Nación) nos convocan para que cada ciudadano seleccione a una de las varias opciones que se ofrecen, luego se sume, y el que tiene más votos asume.

La democracia propone un proceso de toma de decisiones donde cada uno debe seleccionar, pero también proponer, argumentar. 

En ese marco de discusión, un autopercibido libertario podrá sostener que otro elige una opción de la “casta”, y deberá aceptar que otro evalúe negativamente sus propuestas y sus candidatos. 

Y esa posibilidad de intercambio no se clausura con la victoria de unos sobre otros. 

Si la democracia no se agota en el voto, el disenso no desaparece mágicamente con un resultado electoral, que sólo definirá un rumbo temporario.

La pregunta incómoda que aparece cuando se evalúan los tópicos propuestos es si una mayoría puede ser falible.

Es decir si una mayoría podría, sea por engaños, o errores, tomar decisiones que la terminen perjudicando. Cuando se habla de “errores” no imagino un intérprete ubicado desde arriba decidiendo cuándo un pueblo se equivoca y cuándo no, sino de ese mismo pueblo que luego de tomada una decisión toma nota de su “error”.

Es el mismo sistema democrático que admite tal evento. En efecto, mecanismos como la revocación de mandatos, el juicio político, y todo el entramado que conforma el sistema de frenos y contrapesos intenta corregir errores, limitar el poder y evitar la desmesura.

Claro que la magnitud de la sorpresa por la elección es directamente proporcional a la osadía de las profecías ex post facto. 

Los mismos que no habían advertido que se venía el estallido, hoy nos hablan del establecimiento de un nuevo orden. 

Ni tan calvo, ni con dos pelucas…

Cuando se intenta identificar una elección comparable a la 2023, por el nivel de apatía social, se coincide en marcar la elección de medio término del año 2001.

En dicha elección, dominada por lo que se conoció como “voto bronca”, frente a un proceso de conflicto social que terminó con las tristes jornadas del 19 y 20 de diciembre, comenzaba a resonar una frase que identificaría el proceso de descreimiento, el “que se vayan todos”.

En la ciudad de Trelew, por ejemplo, junto con las elecciones legislativas nacionales se convocó a elegir convencionales constituyentes que serían los encargados de reformar la Carta Orgánica de la ciudad. En medio de dicho proceso, la bronca fue canalizada a través del voto en blanco o voto nulo, grandes protagonistas de la jornada electoral. El Partido Justicialista obtuvo el cuarto lugar en Trelew, después de la Coalición Electoral conocida como La Alianza, el voto en blanco y el Pach.

A los dos años, el PJ obtendría un triunfo electoral en la ciudad de Trelew, la que conduciría hasta el presente año a través de las diferentes Coaliciones o Partidos que forman parte del denominado panperonismo.

La experiencia del 2001 conspira contra la posición de quienes pretenden ver, en el resultado de Milei, un nuevo proceso democrático que vino para quedarse, y parece brindar razones a quienes observamos el fenómeno como algo efímero. Tan efímeras como las decisiones tomadas en medio de una rabieta.

Poner luz en la falibilidad mayoritaria no pretende trocar el sistema por un modelo contramayoritario. Las mayorías deben gobernar e intentar poner en práctica la plataforma sometida al escrutinio popular. Pero forma parte del debate público exponer las advertencias que como ciudadanos consideramos propicias, en particular respecto a la superficialidad de las propuestas, a la falta de equipos técnicos, y a la subestimación del proceso democrático que posibilitaría hacer prevalecer el plan de gobierno (si existiera tal cosa). Las ideas que se esbozan en los medios de comunicación parecen requerir modificaciones legislativas sin que se advierta a la fecha una estrategia que haga posible su puesta en marcha, en el marco de un voluntarismo colosal más cercano a los boy scouts que a un eventual gobierno.

Las características del líder pondrán, en caso de obtener un triunfo electoral, en juego al sistema democrático argentino.

Un sistema especialmente pensado para enfrentar la intolerancia, la desmesura y los intentos de abuso del poder, a través de la potencia de nuestro gran acuerdo fundacional, la Constitución Nacional.

 

 

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