Milei y ese botón rojo que explota todo

Nota de opinión por Mario Bensimón (*)

Argentina y el Mundo14 de marzo de 2023Mario BensimónMario Bensimón
Milei

La popularidad de nuevos dirigentes que vienen desde afuera de la política con discursos reduccionistas, carentes de antecedentes fácticos, y poco apegados a los límites que propone la democracia, ha inquietado de especial manera a la Academia. 

Y no es para menos.

Los esfuerzos que se volcaron desde el nacimiento del constitucionalismo (y aún antes si reconocemos en Lutero, y su principio de la “sola scriptura” con la que enfrentó la idea de la infalibilidad papal, como un antecedente de aquel) con el objeto de limitar el poder y brindarle debate y reflexión, se ponen en riesgo por el auge de la desmesura.

Desde Steven Levitsky y Daniel Ziblatt  en “Cómo mueren las democracias” (Ed. Ariel) hasta hoy, numerosos trabajos intentan desentrañar las herramientas con las que cuenta la democracia frente a líderes que subestiman la política como herramienta de cambio, y al debate democrático como proceso de toma decisiones públicas.

La aparición en la escena política de dirigentes como Donald Tramp o Jair Bolsonaro, puso en la agenda la cuestión, que los argentinos observábamos como una problemática ajena y, por esos tiempos, meramente teórica.

Pero el incremento de la apatía política, y el recrudecimiento de la ya instalada “crisis de representatividad”, encontraron en nuestro país a un nuevo depositario del disgusto social. La bronca ya no se manifestaría con fetas de salame en las urnas (como se hiciera en la recordada elección de medio término del 2001), sino a través del acompañamiento a un candidato que, mediante las posiciones más disruptivas, se propone como el que apriete el botón rojo que explota todo. Y una gran porción de la comunidad parece dispuesta a que explote todo.

La propuesta del candidato se limita a los NO, más que a soluciones concretas. Y bien sabemos que los NO suelen tener el éxito cortoplacista que acompaña a quienes no se sienten con la obligación de proponer alternativas.

El NO parecería bastar en una sociedad que busca soluciones mágicas como quién cierra los ojos para tomar el medicamento que le resuelva el dolor, minimizando el horrible gusto que trae aparejada la cura.

Milei, en este caso el depositario de la bronca colectiva, ni siquiera es Milei. Es decir que no tendría mucho sentido analizar las propuestas de Milei con el objeto de desentrañar la búsqueda de la comunidad, porque no parecen ser sus propuestas lo que canaliza el acompañamiento. La misma bronca podría haber tenido como emergente un líder de izquierda como Del Caño, o Bregman, abrazando posiciones ideológicas diametralmente opuestas.

Por eso entiendo que Milei, por ponerle un nombre al fenómeno del botón rojo que explote todo, somos más nosotros que el propio Milei.

Cuando digo “nosotros” digo “la comunidad” (evitando el desgastado y demagogo “la gente”).

Argentina es caracterizada, desde su nacimiento, por un marcado espíritu caudillista. Esperamos un líder (como el mesías de antaño) que nos venga a resolver los problemas.

Las características que rodean a la figura del Presidente argentino es la expresión más acabada de un pueblo que espera la llegada de un superhéroe al poder.

Si bien el cúmulo de facultades presidenciales (que conformaron un modelo que Carlos Nino describía como Hiperpresidencialismo) encuentra antecedentes en las recomendaciones de Alberdi y su preocupación para que el país abandone los casi 40 años de luchas intestinas que precedieron la Unión Nacional, denotan además un marcado espíritu elitista y cierta pretensión mágica.

El presidencialismo, y la concentración de poder que el sistema trae aparejado, se funda en la elitista convicción que hay determinadas personas que por su capacidad y solvencia podrían alcanzar mejores soluciones que la comunidad debatiendo. Presume de alguna manera, que quién alcanza la primera magistratura forma parte de este grupo de ciudadanos que garantizarían altos niveles de eficiencia.

Para alcanzar ese objetivo fue ideado el sistema de selección indirecta, vigente en nuestro país hasta la reforma constitucional de 1994. Alexander Hamilton en el N° 68 de El Federalista (publicación con la que se sostenía ideológicamente el trabajo de la Convención Constituyente de Filadelfia que aprobó la Carta Magna estadounidense) justificó el mecanismo de Colegio Electoral adoptado, diciendo: “La elección inmediata debería ser hecha por los hombres más capaces de analizar las cualidades ajustadas al puesto, y actuar en circunstancias favorables a la deliberación, y a una combinación sensata de todas las razones que fueran apropiadas para gobernar su elección”

Pero además del tinte elitista señalado, existe en nuestra cultura política una pretensión de tipo mágico y hasta adolescente, que sostenemos aún frente a la evidencia. La pretensión de que una persona, aquella persona con características especiales y supernaturales, llegue para resolver los problemas, “nuestros” problemas. 

Y aquí parece estar la basura bajo la alfombra, esa que sigue allí aun cuando no la queremos ver.

La idea de depositar todos “nuestros” problemas en un tercero tiene la inmediata consecuencia que, a partir de delegación, los problemas dejan de ser “nuestros”.

Y la satisfacción de deshacernos de un problema semejante no parece tolerar cuestionamientos, ni reflexiones inoportunas.

No exige explicaciones sobre la manera en que las ideas iniciales (y casi intuitivas) del candidato podrían desarrollarse en concreto.

No se pregunta la forma en que una persona (insisto, una sola) podría llevar adelante su Proyecto (aún imaginando que sea el mejor de los proyectos posibles) sin el acompañamiento legislativo que toda propuesta requiere para prevalecer, sin los equipos técnicos que todo proyecto presume.

Milei somos nosotros, y las ganas de que exista un botón que permita que todo cambie. Un botón que nos evite el mal trago que antecede a la cura.

Milei, en definitiva, es ese implacable espejo que nos devuelve nuestra peor versión: reaccionarios, egoístas, inmaduros. 

 

(*)  Abogado (UNLP) - Maestría en Derecho Constitucional (UNPSJB).  Autor de "Achicando los Arcos" y "Democracia y Desarrollo: el caso Chubut"

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